El
atardecer es rojo, como la sangre impregnada en las calles. Sangre fresca y
sangre seca, cuerpos inertes, vacíos de color y vida. Hombres y mujeres, ¿qué
importa? La cazadora de almas se los lleva por igual. La ciudad está
completamente vacía, las casas destruidas por bombas y atentados. El silencio
es notorio, no se oye un sonido en esa ciudad muerta. No hay pájaros, no hay
perros, no hay risas de niños jugando o chismes de vecinas hablando. Sólo un
sonido se oye, un sonido fino y desesperado, el llanto de una niña que abraza
sus piernas frente al cuerpo de sus fallecidos padres.
Un
chico pasa por ahí, ve a la niña llorar y se acerca lentamente a ella desde
atrás, la mira con tristeza por unos segundos, luego suspira y le habla.
—Estás
sola, ¿verdad?
—¿Qué?
¿Quién sos…? —la niña lo mira con sus ojos de color dispar, el izquierdo verde
y el derecho azul.
—Soy
Erik, ¿cómo te llamás? —el chico rubio sonríe.
—Soy…
Re-Rebeca… —le mira los celestes ojos, dulces, confiables.
—¡Qué
bonito nombre! —sonríe y se agacha junto a ella mirándola—. Rebeca, estás sola,
¿verdad? Yo también estoy solo…
—Mis
papás, ellos… ellos están… —se abraza las piernas comenzando a llorar
nuevamente, mientras que el rostro de él se oscurece.
—La
muerte es vida, y la vida es muerte… en este sangriento mundo, la muerte sólo
es la libertad que en vida no pudimos conseguir —suspira con cierta tristeza—.
Ahora tus padres están en un lugar mejor, un lugar donde no hay guerra, ni
hambre, ni miedo. Un lugar donde los militares no mandan, ¡donde los militares
no deciden quien vive o quien muere!
—¿No
hay militares malos? —pregunta con inocencia.
—No,
no hay… deberías estar feliz por ellos…
—Pero,
pero… ¡yo quiero a mi mamá, y quiero a mi papá! ¡No quiero estar sola! Soy
chiquita, quiero a mis papás, ¡no quiero estar sola, no quiero, no quiero! —se
refriega los ojos llorando, Erik le toca delicadamente el hombro manchado de
sangre ajena.
—¿Por
qué no venís conmigo? Así no estás sola… —
—Pero
Erik, vos también sos chiquito, ¿quién nos va a cuidar? —
—Yo
ya tengo doce, no soy chiquito, ya soy un hombre, me cuido solo —se toca el
pecho cerrando los ojos, confiado de sí mismo—. Sé cazar, sé cocinar y sé
pelear, así que yo te voy a cuidar.
—¿En
serio? ¿Me lo prometés?
—Te
prometo que te voy a cuidar por siempre y para siempre, y jamás voy a dejar que
nada te pase. Te doy mi palabra de hombre…
Caminan
tomados de la mano, dejando los cuerpos de sus padres fallecidos detrás,
dejando toda la vida conocida a sus espaldas…
Ya de
noche, Erik agarra ramas, las lleva dentro de una pequeña casita destrozada y
las acumula para formar una fogata, mientras que Rebeca lo observa sentada en
el suelo empolvado y lleno de ceniza. Erik saca de su bolsito gris un
encendedor de bencina para prender el fuego. Ella mira el cielo nocturno, se
refriega las piernas, bajo su corta pollera negra. Luego llena el silencio de
la noche preguntándole cosas que él responde con una sonrisa, aún cuando muchas
de sus preguntas se le hacen obvias y estúpidas, pero él sólo sonríe, contándole
sobre los Assasin, los Agentes Especiales de Bleirksin. Le cuenta sobre los
soldados, las Resistencias del Norte y del Sur, y más que todo sobre su ídola,
“Anahí el Halcón”, la líder de la Resistencia Correntina, la mejor tiradora del
país y una mujer sin igual. Sus hermanos siempre le hablaron de esa mujer que
pasa de boca en boca, logrando que la admire como a ninguna otra.
—Wow,
¡no sabía eso! ¿Cómo sabés todo eso? –Rebeca entrecierra los ojos con
desconfianza.
—Todo
lo que sé, lo sé por mis hermanos —se queda en silencio un segundo, luego
sonríe mirando las llamas del fuego—. Mi papá era un militar y mi mamá una
Olvidada, cuando estaba por nacer nos abandonó por orden de Bleirskin. Era
desagradable que un soldado tenga familia Olvidada… hambre, dolor, sueño… todo
lo pasamos, entonces Jack se unió a la Resistencia del Norte, los tres estaban
en la Resistencia del Norte, luchaban para liberarnos, para que podamos vivir
dignamente, como hace un siglo atrás. Me enseñaron todo lo que sé, cómo pelear,
cómo cazar… murieron peleando, como héroes, protegiéndonos a todos. Los tres
murieron, Jack era el más grande de nosotros, tenía veintiún años ¡y era el más
fuerte de todos! Podía matar a un hombre sólo con sus puños, los militares le
decían “el verdugo”. Después estaba Bruce, tenía dieciocho y era el más ágil,
rápido y mejor peleando. Jack decía que era como una mosca, ¡porque no se
quedaba quieto y era imposible golpearlo! Y Johnny tenía quince, era el más
inteligente, no era fuerte ni habilidoso, pero su inteligencia salvó muchas
vidas. Según me dijo Bruce, él era el estratega de la Resistencia, y siempre
sabía lo que los militares iban a hacer antes de hacerlo. ¡Yo siempre lo vencía
en las pulseadas y cuando peleábamos también! —sonríe con cierta nostalgia, luego baja la
mirada—. Les decían “Los Invencibles”, los tres me enseñaron lo que sabían, y
Bruce dijo que yo soy un Dissel completo, porque tengo la fuerza de Jack, la
rapidez de Bruce y la inteligencia de Johnny… ¡aunque creo que exageraba un
poco!
—¡Wow! ¡Tus hermanos eran los mejores! —sonríe
muy admirada.
—Si, eran los mejores, los extraño un poco… –
baja la mirada con tristeza—. ¡Pero estoy orgulloso de ellos! Murieron
peleando, murieron en batalla, murieron con honor. Yo ya no lloro, ya no lloro
más y no voy a llorar nunca más, ¡estoy feliz porque ahora están viviendo de
verdad! Mis hermanos luchaban por conseguir la igualdad, pero murieron en el
intento, y yo pienso unirme a la Resistencia del Norte para terminar su trabajo
—responde con el rostro serio, apretando el puño para darle énfasis a sus
palabras —luego la mira con atención, notando sus ojos de color dispar, el
izquierdo verde y el derecho azul—. Che, nunca te dije nada, pero tenés los
ojos diferentes… —le sonríe, pero ella parece afectarse, ya que abraza sus
piernas escondiendo el rostro en las rodillas.
—Sí, lo sé… la gente de mi barrio pensaba que
eran una maldición, que era una bruja, no me hablaban y me esquivaban… mis ojos
son feos y raros…
—Diferentes no significa raro, son muy lindos,
¡a mi me parecen muy lindos! –le sonríe de forma alegre.
—Erik… ¿por qué Bleirskin odia tanto a los
pobres, qué le hicimos?
—Existir Rebeca, existimos, y peor aún…
pensamos.
Así los días fueron pasando, Erik y Rebeca se
hicieron más amigos. Él la protegía, le enseñaba cosas, le contaba las
historias de la Resistencia, de la guerra y de Bleirskin. Le enseñó a luchar y
defenderse, también a cocinar. La diferencia entre ambos era notoria, Erik era
todo un guerrero a pesar de ser un chico, soportando el dolor, las caminatas,
la falta de agua o comida, cediéndosela a Rebeca, que se quejaba de todo y
lloraba por cualquier cosa. Rebeca le contaba siempre sobre su “maldición”, el
poder ver el futuro sin poder cambiarlo, siempre viendo lo malo y nunca lo
bueno. Pero cada vez que ella sacaba el tema él se reía, sin creerle una
palabra. A veces él le cuenta sobre la maldición de los ricos, la enfermedad de
Bleirskin, que sólo los ricos que viven en el Edén tienen, es hereditaria y los
destruye por dentro, obligándolos a vomitar sangre continuamente. Los Olvidados
temen contagiarse, aún cuando no es contagiosa…
Un día, Erik coloca trampas por todo el lado
sur para cazar y para saber si se acerca algún enemigo. Coloca pedazos de
vidrios rotos y botellas en un pozo que encuentra. Luego mira a Rebeca y le
advierte que no se acerque para no lastimarse, pero luego de un rato, Rebeca se
olvida, y mientras que Erik revisa
algunas trampas, ella se acerca directamente a la trampa del pozo, pero antes
de caer Erik corre hacia ella para evitar que se caiga. La empuja insultándola,
salvándola, pero al hacer eso pisa mal y cae él dentro del pozo. Su cuerpo se
llena de cortes sangrantes, y un vidrio atraviesa su mano izquierda, su brazo
entero se llena de ese rojo oscuro que gotea. Erik, completamente adolorido,
sin quejarse ni llorar, retira el vidrio y trepa para salir del pozo. Rebeca se
asusta mucho al verlo así y comienza a llorar disculpándose, mientras que él le
sonríe diciendo estar bien. Erik comienza a caminar, rengueando, tratando de
encontrar un lugar seguro donde curarse, pero Rebeca cae al suelo adolorida. Él
voltea para verla, notando que se había cortado la rodilla derecha con un
vidrio, suspira refregándose el rostro con su mano sana, tratando de ser
caballeroso, así que la hace subirse a caballito. Piensa que sólo se trata de
una niña, una niña a la que debe cuidar. Los tres hermanos le habían enseñado
cosas sobre las chicas, Jack a halagarlas y conquistarlas, Bruce a tratarlas
con respeto y protegerlas de todo, y Johnny a hacerlas reír.
Entran en una casa rota, llena de polvo y
muebles destrozados, con mucho olor a suciedad y a muerte en el aire. Erik la
sienta en el suelo para comenzar a buscar algo con que curarla y curarse.
Encuentra un trapo y lo aprieta en sus manos para no seguir sangrando, luego
agarra un perfume de mujer para usar como desinfectante. Regresa donde Rebeca,
pensando en cómo curarse a sí mismo, aterrado al pensar que debe hacer lo mismo
que su hermano mayor Jack hizo una vez…
La cura y luego le coloca un pañuelo rojo para
que haga de venda, suspira dándole la espalda, alejándose de ahí, buscando algo
útil, algo que morder. Encuentra un trozo de madera, lo limpia un poco en su
pantalón. Suspira mirando a su alrededor, quiere hacer todo rápido para poder
avanzar, no falta tanto para llegar a la Resistencia. Enciende una pequeña
fogata, se sienta en el suelo y saca de su bolso un cuchillo de guerra con
mucho filo. Coloca el cuchillo en el fuego y lo deja calentarse hasta volverse
rojo, luego coloca la madera en su boca para morderla y respira rápido,
agitado, aterrado. Su pecho se levanta rápidamente por la desesperación y el
pánico que siente, y con un movimiento decidido cauteriza la herida en ambos
lados, gimiendo de dolor, gritando pero sin llorar. Se queda unos instantes ahí
en el suelo, todo le da vueltas, los colores lo confunden y el olor a carne
chamuscada lo obliga a vomitar. Trata de mantenerse firme para no desmayarse, y
luego de sentirse mejor va en busca de su pequeña amiga, la obliga a subir en
su espalda para caminar más rápido, sin importar el estado en el que está.
Caminan rato largo, los pensamientos los azotan, la preocupación de él por
llegar rápido y la de ella por su bienestar.
Rebeca siente su aroma y suspira, pensando
mientras que él la lleva en su espalda, sintiendo su calor:
Quiero...
quiero ser fuerte, quiero poder ser como él, quiero poder cuidarlo yo,
ayudarle. A pesar de que me está enseñando muchas cosas... quiero... ser
fuerte.
—Hacemos
dos cuadras más y descansamos —dice Erik, muy cansado, adolorido por su mano, y
al parecer, con fiebre.
—Sos
muy fuerte Erik…
—La fuerza no está en los músculos, está en el
alma, no lo olvides —parpadea para deshacerse del sudor en sus ojos—. Rebeca,
quien gana en la guerra no es el más fuerte, gana el que fue más astuto y
veloz. Una buena estrategia mata a una buena pistola…
Además
de mis papás, es la primer persona con la que hablo... es mi primer amigo.
Pero, mi corazón late muy fuerte... ¿por qué? ¿Por qué no puedo dejar de
mirarlo? Quisiera estar así para siempre... sólo con él... —
apoya el rostro en su espalda y sonríe con las mejillas rosadas.
Entran en una casa en mejor estado que las
anteriores, pero aún así puede verse el polvo y cosas rotas, junto marcas de
balazos en las paredes y charcos de sangre. Erik deja sola a Rebeca para ir a
preparar unas trampas alrededor para protección propia, y quizás, con suerte,
encontrar algo de comer. Se apoya en la pared agitado, pensando.
¡Mierda!
No tengo fuerza, tengo mucho frío, debo tener fiebre… primero voy a ver que
encuentro. Estamos cerca, ya estuve acá una vez, sé que estamos cerca, puedo
resistir, puedo soportar el dolor. Soy un Dissel, soy hermano de los
Invencibles…
Coloca trampas, extiende un hilo a metros de
la casa, colgando campanitas en él, que sonarían en caso de que alguien chocara
contra el hilo. Luego se pone de pie, se marea y se agarra de la pared para no
caer al suelo, secando el sudor de su frente. Está ardiendo, suda muchísimo,
está agotado y con sueño. No descansa bien por hacer guardia… pero es un
Dissel, es hermano de los Invencibles, así que resiste el dolor, el cansancio,
a pesar de su edad. Siempre lo halagaron por su fortaleza, no sólo sus
hermanos, los hermanos suelen ver lo que desean ver, pero lo halagó ese hombre una
vez, ¿cómo se llamaba? Christopher, sí, Jack le decía Christopher… pero Bruce
le decía “PADRE”.
Al otro día, mientras que Rebeca duerme, Erik
decide salir para ver las trampas y vigilar la zona. Revisa las trampas, los
palos puntiagudos que había clavado en un pozo están partidos y ensangrentados,
con retazos de ropa verde militar enganchada. Se asusta, luego escucha el ruido
de las campanitas cerca de la casa, seguido del grito desesperado de Rebeca.
Comienza a correr hacia ahí, rogando que su amiga esté bien, y al llegar se
apoya en la pared lentamente, respira hondo y saca su cuchillo con
rapidez. Asoma la cabeza un poco por la
puerta para ver dentro de la casa, contando con rapidez a tres militares
pegándole a Rebeca, la lastiman, la ve sangrar. Se enoja y entra corriendo, a
tal velocidad y silencio que nadie se percata de su presencia y no es visto. Se
lanza sobre uno enganchándose con las piernas a su cintura, cortándole la
yugular con el cuchillo de un fuerte y decidido movimiento. Al escuchar el sonido
seco del cuerpo caer los otros dos militares voltean enseguida, viendo a un
chico de doce años con cuerpo de niño pero con mirada de guerrero. Uno de los
dos soldados quiere golpearlo, pero él lo esquiva, le clava el cuchillo en la
pierna y la gira para la izquierda. El
soldado cae al suelo gritando, ordenándole a su compañero que mate a Rebeca, este
se acerca a ella, pero Erik corre, interceptándolo. Toma a su amiga y la corre
hacia la derecha, pero el soldado le corta la espalda y a ella el hombro
derecho. Toma del cabello a Erik y comienza a golpearlo con la otra mano en el
rostro, aún sintiendo dolor, Erik no grita, sólo se ríe. Lo patea y lastima al
soldado, que no lo suelta. Llegan más militares y uno tira a Rebeca contra la
pared con fuerza, desmayándola. El que sostiene a Erik lo suelta para
divertirse un poco con él, Erik lo golpea, lo lastima, lastima a los otros,
esquiva un ataque y le patea la entrepierna a uno, que se encorva hacia
adelante, momento que él aprovecha para matarlo. Intenta llegar hasta Rebeca,
pero un soldado lo toma del brazo y lo levanta en el aire, mientras que otro lo
apunta con el arma para matarlo, pero la voz de un hombre en la puerta llama la
atención de los soldados, que se excusan por no poder contra un chico, el General
Bleirskin mira a Erik, “¿no podían derrotar a un niño?” murmura.
—Tengo doce años e hice mierda a tus soldados,
Bleirskin, o yo soy muy fuerte o tu gente es muy débil —dice Erik sonriendo de
manera engreída, con el ojo morado y el labio partido. Bleirskin lo mira
frunciendo el ceño, no le agrada que un chico haya vendido a soldados expertos.
—Nene, ¿donde aprendiste eso? —pregunta Jair
Bleirskin.
Erik lo mira con odio, ve los verdes ojos de
Bleirskin mirándolo con desprecio, unos ojos de un verde extraño, casi
fluorescentes y brillantes. Lo mira de arriba abajo, tan alto, enorme, con el
cabello tan rubio, que ya no es rubio, sino que es blanco platinado, peinado
hacia atrás. Tiene apariencia joven, muy joven, de unos veinticinco años, y su
uniforme militar. Es hermoso, una belleza que se pierde en ese rostro lleno de
odio y desprecio.
Bleirskin insiste con la pregunta y Erik lo
mira con odio.
—No te lo voy a decir, ¡cagón!
—Cuando el General pregunta algo respondés
¡basura! —dice un soldado pateando a Erik.
—Déjenlo, ¿cómo te llamás y donde aprendiste
eso? Si contestás no le vamos a hacer nada a esa pendeja, pero sino contestás
vas a estar presente cuando mis soldados abusen de ella una y otra vez hasta
cansarse, y luego mirarás cuando la maten —Bleirskin lo mira, desafiándolo.
—M-me llamo Erik, mi hermano… mi hermano Jack
me enseñó… —responde bajando la mirada. Podría soportar que lo torturen, que le
hagan cualquier cosa, hasta matarlo. Pero jamás que lastimen a Rebeca, no
habiéndole prometido protegerla.
—¡¿Dijo Jack?! ¡¿Jack “el Verdugo”?! —los
soldados se alarman al oír ese nombre, y Erik sonríe con picardía.
—Sí, ese mismo…
—Hmph, ahora entiendo porqué tal fuerza,
habilidad y astucia… —Bleirskin lo mira, tan pequeño pero fuerte a la vez, un
gran guerrero, habiendo vencido a varios soldados con ese pequeño cuerpo de
niño en crecimiento, no, de chico. Se agacha frente a él y le toma un brazo,
encontrando brazos fuertes—. Digno hermano del Verdugo… soldados, agárrenlo y
regresemos para la base, este pendejo nos va a servir para nuestro nuevo
proyecto…
—¡Si pensás que voy a obedecer tus órdenes y
arrodillarme ante los caprichos de un nene de papá como vos, estás equivocado!
—se aleja dando una voltereta por el suelo—. No estoy dispuesto a ser tu
esclavo, ¡prefiero morir a servirte!
—Wow… veo que tenés el mismo descaro que tu
hermano, la misma boca enorme, ¿dónde está él? Ah, cierto… ¡mi hermano menor lo
asesinó! Todos esos héroes que admiran, esos grandes guerreros que siempre
recuerdan están muertos. The Pain, El Verdugo, los Invencibles, PADRE y demás…
¿y sabés qué? Hasta Anahí “el halcón” fue derrotada. ¡Todos están muertos! —se
ríe de forma cruel—. Lo lamento pequeño verduguito, pero no deseo tu muerte… —los
soldados lo agarran de los brazos a Erik y él lo toma del rostro—. Deseo un
verdugo de mi lado…
Los militares lo agarran, él forcejea
inútilmente, a los soldados les cuesta sacarlo de ahí sin salir heridos. Erik
grita llamando a Rebeca, estirando el brazo para alcanzarla, mientras un
soldado lo lleva sobre el hombro. La ve desmayada, pero su imagen se va
alejando cada vez más. Cierra los ojos, y siente una pequeña lágrima recorrer
su rostro, aún cuando él no llora, aún cuando le prometió a sus hermanos nunca
más llorar. Aún cuando, habiendo fallecido toda su familia no lloró…
Mucho más tarde, Rebeca abre los ojos, se
despierta pero ve todo borroso, está confundida, desorientada. Ve a una mujer
embarazada, con un vestido azul y el cabello rubio, ondulado. Escucha murmullos
pero no distingue a quienes pertenecen las voces, y cuando más o menos comienza
a recuperar sus sentidos, habla.
—¿D-dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? —mira a
su alrededor, está en el cuarto donde pasó la noche con Erik.
—Te encontramos en esta casa, yo soy Joan, él
es Joel —la mujer embarazada y con el ojo izquierdo vendado señala a un niño
rubio con el cabello parado hacia el costado izquierdo, cruzado de brazos con
una actitud de adulto, no de niño—. Y aquel hombre es Christopher, líder de la
Resistencia del Norte, nosotros lo llamamos “PADRE” —señala a un hombre alto y
delgado, pero con espalda ancha, cabello castaño oscuro y rostro blanco,
hermoso. Al escuchar el nombre de “Resistencia del Norte” Rebeca reacciona
completamente.
—¡Erik! ¡¿Dónde está?! —se sienta de golpe,
mirando todo muy rápido, casi desesperada.
—¿Quién?
—¡El nene que estaba conmigo!
—Lo siento, te encontramos sola, no había
nadie más. Lo más probable es que haya muerto, o que se lo haya llevado Bleirskin…
—No… ¡no! ¡No hice nada para salvarlo! —comienza
a llorar llena de odio, de tristeza e impotencia. Sintiéndose vacía.
Joan le acaricia la espalda, le dice que ahora
está a salvo, que está con la Resistencia del Norte. Ella recuerda las palabras
de Erik, piensa que quizás, él después vaya hacia ahí. PADRE la mira raro, no
le agrada que tenga “ojos raros”, se queja con Joan por querer llevar a la
Resistencias a dos chicos de “ojos raros”. Joan se ríe sin prestarle atención,
le pide a Rebeca que cuando se sienta segura salga de la casa para partir con
ellos, y luego de decirle eso se va, dándole tiempo a pensar a ella y al otro
niño. Rebeca mira al nene que está frente a ella, es un poco más pequeño que
ella, con el cabello negro cubriéndole el rostro. Se refriega los ojos
llorando, debe sentirse solo y aterrado. Recuerda a Erik ayudarla esa vez, ese
día cuando lloraba a sus padres muertos, y queriendo ser como él, se acerca al
nene y le habla. Él se ataja asustado, creyendo que va lastimarlo, viéndola con
su rostro herido. Ella sonríe y se agacha frente a él.
—No te voy a hacer nada, ¿cómo te llamás?
—L-Levi, me llamo Levi… —contesta mirándola
con los ojos tristes, sonrojado.
—¡Qué lindo nombre! —sonríe, entonces ve que
Levi tiene los ojos rojos en un tono brillante, extraños, en vez de pupila
redonda tiene una barra negra, como los gatos—. Tenés los ojos diferentes...
—Son… son raros… son perfectos para un
monstruo como yo —baja la mirada agarrándose con fuerza de las piernas.
—Diferentes no significa raro, a mi me gustan,
¡me parecen muy lindos! —sonríe nuevamente. Levi levanta la mirada, viendo que
al igual que él, Rebeca también tiene los ojos diferentes, y sonríe con un poco
de confianza—. Vení conmigo, vamos con la resistencia.
—Pero… tengo miedo, no quiero… no quiero que
vuelvan a lastimarme… —Levi la mira con tristeza.
—Tranquilo, yo, Rebeca Sanz, no voy a dejar
que te pase nada, nadie te va a hacer nada nunca, no voy a dejar que nadie te
moleste ¿sí? ¡Es una promesa!
Ambos salen de la casa tomados de la mano,
para ir con Joan, PADRE y la resistencia, para luchar junto a ellos en la
guerra.
Quizás algún día la guerra termine, quizás Rebeca y Erik vuelvan a reencontrarse…
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